I. El Pedo Electromagnético



Pozo Amargo. Una de las pocas ciudades que quedaban medio-enteras en el mundo después del EMP. No me preguntéis de dónde sacaron el nombre los "iluminados" que se lo pusieron. Nunca lo he sabido, y nunca me ha importado. Pero desde luego, le iba como dedo al culo.
Una vez supe su antiguo nombre, el que todo el mundo le ponía cuando iba en coche o la buscaba en Google Maps. Sí, Google Maps... Menudo flashback, ¿eh? Ahora ya no me acuerdo. Para mi, Pozo Amargo sigue siendo y será Pozo Amargo, hasta que la palme. La ciudad de la civilización a. EMP. En resumen: un nido infecto y deprimente, lleno de ratas metafóricas y literales que se cobijaba en casas que no eran suyas y edificios abandonados o saqueados; intentando aparentar que podían seguir llevando vidas normales. 
¡Pffff...!

Ah, sí. Me llamo Derek. Y soy uno de esos pocos supervivientes que aún puede rajar lo suficiente como para contar su historia. No os prometo que no se me vaya la pelota en algún momento. Un servidor ya chochea, es lo que tiene hacerse viejo. Pero por lo menos lo voy a intentar.

Conocí un mundo muy distinto, cuando era mucho más joven. Un mundo en el que cualquier familia media tenía un coche propio, un smartphone de la marca manzanita en el bolsillo, comida basura del día anterior en la nevera y una casa propia y confortable. En aquellos tiempos, tu peor pesadilla podía ser tu jefe embroncándote por llegar tarde al tajo, la ansiedad de un embargo inminente, o simplemente la noche anterior a un examen que habías pasado de estudiar por irte de farra con los colegas. Todo eso a costa de dejar que los negritos del Congo pasaran hambre para que tu vivieras "una vida normal", ¡pero, eh! Podías donar un par de centavos a tu ORG local para sentirte un poco mejor con tu conciencia.
Éramos todos unos hipócritas del carajo. Pero unos hipócritas felices, a fin de cuentas. Sí, felices. Hasta el más depresivo entonces podía considerarse feliz de tener lo que tenía. De vivir en el mundo en el que vivía.

La vida era sencilla. Nos la pusieron en bandeja. Trabajar para consumir lo que querían que consumiéramos. Votar para que decidieran otros por nosotros. No teníamos que pensar. No teníamos que hacer nada, realmente. Sólo evitar que nuestra rascada de pelotas resultara demasiado evidente de cara a la galería.

Entonces llegó la aurora. El puto "EMP". "Pulso Electromagnético", eso dijeron en la prensa días antes de que ocurriera. Yo creo que lo llamaron "pulso" porque quedaba feo poner en el titular que el mundo se iba a la mierda gracias a que el Sol se tiró un puto pedo electromagnético. Pero, como fuera, llegó.
¿Por qué? A saber.
¿Cómo fue? A nadie le importa.
¿A qué se debía? Ya da igual.

Pasó, y ya está. De la noche a la mañana el mundo se fue al carajo. Todo dejó de funcionar, las noches nos demostraron su verdadera oscuridad, y a la gente se le empezó a ir el pancho de manera descomunal. No, no es un eufemismo: la gente se volvió loca. Fue como si al perder la conexión de sus routers hubieran perdido también la cabeza. ¿Habéis oído hablar alguna vez del concepto de "histeria colectiva"? Yo tampoco, hasta que brilló la aurora en el cielo. Todo el mundo se echó a las calles, paranoico perdido, y empezaron las peleas, las trifulcas, los disturbios, los saqueos, la violencia... Y la muerte. No hubo ejército, ni fuerzas del orden. Sólo caos.
No recuerdo demasiado de aquellos días concretos. Pasaron rápidos en mi memoria. Pero puedo rememorar sensaciones muy vívidas: miedo, rabia generalizada, la sensación de la adrenalina constante en mis venas al saber que, en cualquier momento, un grupo de lunáticos sedientos de sangre podía aparecer detrás de cualquier esquina, armados hasta los dientes con cualquier cosa imaginable...

También recuerdo dormir entre sueños intranquilos, deseando cada día despertar y descubrir que aquel apocalipsis repentino no era más que una absurda pesadilla, fruto de haberme dormido viendo algún capítulo de The Walking Dead o de cualquier otra basura relacionada con el fin del mundo.
Bueno, aún sigo atrapado a la pesadilla. Llevo años en ella. Así que, o llevo años perdido sin saberlo en un coma muy jodido; o en esto es en lo que se ha convertido la puta realidad.

El primer día que llegué a Pozo Amargo, hacían casi cinco años de aquello. ¿Por qué os he contado todo esto, os preguntaréis? Sí, sí, claro que es porque los de la generación a. EMP somos una panda de viejos chochos. Pero también porque recuerdo que, al ver el primer núcleo civilizado después de tantos años a la deriva por mi pesadilla y al verme a mi dirigiéndome hacia él; recapacité sobre todo esto. Y pensé...

—... Menuda mierda.

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