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Mostrando entradas de julio, 2017

IV. Boh Barih

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— Auch... — ¿Quieres dejar de protestar ya? — bufó Tahira después de que Faruq se quejara por enésima vez, mientras le cosía el hombro. El joven sonrió, y así ella supo que lo hacía a propósito. Ponía todo el cuidado y esmero del mundo en hacer su trabajo sin hacerle daño, siempre. Pero él parecía encontrar inexplicablemente divertido el hecho de intentar ponerla nerviosa. — Ni que fueras un niño. La próxima vez, que te remiende Dumah. — Uf... — Faruq puso mala cara sólo de pensarlo y negó con la cabeza. — Está bien, lo siento. Y gracias... —. Bajó la mirada y le dedicó una sonrisa agradecida. Tahira maldijo interiormente la habilidad que tenía para hechizarla con sus ojos verdes, haciéndose ver irresistiblemente adorable. ¡Qué impropio de un hombre! Y a la vez... Qué efectivo. — Esta vez te quedará cicatriz — comentó, acariciando la piel tostada del hombro de Faruq con las yemas de los dedos, repasando los contornos de sus tatuajes. — Mejor. Una historia más que contarle a

III. Kaitif shalai gize

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Las dunas danzaban de noche. En la clara oscuridad, con la luna creciente en lo alto, se podía apreciar con facilidad. Su paso era lento, uniforme, sólo perceptible para aquellos que sabían esperar. El mar de arena reflejaba el brillo plateado del sagrado astro, y mostraba las fantasmagóricas estelas del polvo arrastrado por una brisa moderada, rayana en la molestia para el grupo tribal que se agazapaba, acechante, en la oscuridad. No se movían, semienterrados en la arena, fundiéndose con la escasa vegetación. Sólo las dunas se movían, silenciosas, a su alrededor. Faruq estaba entre ellos. Junto a su viejo amigo, Kiba, era el más joven del grupo. Seguían en edad (y con distancia) a Maboq, y a la líder del grupo, Dumah. Era de las pocas mujeres de las tribus dedicadas a la caza y al combate. Un camino que sólo unas pocas elegían, bien porque habían fallado en su zueban zehir , bien porque habían perdido a su pareja o familia, o sencillamente porque lo habían elegido así. El motiv

II. Zueban zehir

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Los tambores marcaban un ritmo tenso en la noche, mezclando timbres de todos los colores: desde profundos y marcados, a cacharreantes y rápidos. Hacían temblar hasta la arena bajo sus pies. De vez en cuando se alzaba algún cántico sobre el estruendo, marcando cambios de ritmos inesperados, y haciendo que todas las cabezas se movieran al compás. Faruq intentó tragar saliva, pero sentía la boca seca. Sentía todo el peso de las miradas de la tribu sobre él. Un gran círculo se abría en el centro del poblado, y las antorchas que la mayoría sostenía arrojaba una luz intensamente naranja y trémula, haciendo que las sombras se multiplicaran a su alrededor y todo cobrara una aspecto aún más irreal, por si con el atronador sonido de los tambores no tenía suficiente. El sudor que perlaba su frente se deslizó fríamente por su rostro aún aniñado, pintado con los motivos de la serpiente. El corazón le palpitaba tan fuerte que pensaba que se le iba a salir por la boca. Estaba muy nervioso, p

I. Lebn ab´elmut

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Ambientación : Espada Negra (Juego de Rol). El joven Faruq que apenas contaba con seis veranos a sus espaldas meció las piernas adelante y atrás con impaciencia, sentado en lo alto de la pila de cestas de mimbre trenzado. Tenía hambre, no le habían dado nada de cenar en toda la noche. Pero, sobre todo, tenía sueño. Nunca antes había echado de menos los cojines de suave piel cosidos a manos por su madre, ni poder tumbarse en su cómoda cama para descansar. Ya era noche cerraba, y la brisa fría propia del desierto removía la arena y el polvo con sutileza. Se arrebujó bajo la fina piel que le cubría los hombros, y maldijo a las viejas que no le dejaban entrar en su tienda. Desde que su madre había empezado a gritar y a quejarse por la mañana, Faruq sólo había podido rondar fuera de su hogar como un perro olvidado, esperando para ver si alguien le prestaba atención. En las dos ocasiones que había intentado asomar la nariz se había llevado una reprimenda de las dos matronas, y un so