IV. Boh Barih

— Auch...
— ¿Quieres dejar de protestar ya? — bufó Tahira después de que Faruq se quejara por enésima vez, mientras le cosía el hombro. El joven sonrió, y así ella supo que lo hacía a propósito. Ponía todo el cuidado y esmero del mundo en hacer su trabajo sin hacerle daño, siempre. Pero él parecía encontrar inexplicablemente divertido el hecho de intentar ponerla nerviosa. — Ni que fueras un niño. La próxima vez, que te remiende Dumah.
— Uf... — Faruq puso mala cara sólo de pensarlo y negó con la cabeza. — Está bien, lo siento. Y gracias... —. Bajó la mirada y le dedicó una sonrisa agradecida.

Tahira maldijo interiormente la habilidad que tenía para hechizarla con sus ojos verdes, haciéndose ver irresistiblemente adorable. ¡Qué impropio de un hombre! Y a la vez... Qué efectivo. — Esta vez te quedará cicatriz — comentó, acariciando la piel tostada del hombro de Faruq con las yemas de los dedos, repasando los contornos de sus tatuajes.
— Mejor. Una historia más que contarle a mis futuros nietos —. Él sonrió, casi orgulloso. Pero la mirada repentiname te ausente de la mujer logró ponerle serio. — ¿He dicho algo malo?
— No, no es eso —. Tahira retiró la mano, y se paseó por la tienda. Primero se lavó la sangre y luego cogió unas vendas toscas y ásperas. De nuevo junto a Faruq, empezó a vendarle el hombro, instándole a que alzara el brazo izquierdo. — Aunque digas que no te dolió, tuviste suerte. Ese corte te podría haber matado. De echo, no deberías haber sido ni siquiera capaz de montar...
— Claro que me dolió. Como no te imaginas — le corrigió Faruq, frunciendo el ceño. — Fue cosa del humo azul...
— ¿El humo azul? Ah, ¿te refieres a lo que te hizo caer redondo? —. Tahira sonrió con cierta malicia, que transformó en satisfacción al ver que Faruq la observaba con alarmada vergüenza en la mirada.
— ¿Quién te lo ha dicho? ¿Y quién más lo sabe?
— Medio poblado. Ya conoces a Kiba, tiene la lengua más suelta que los lagartos —. La joven encogió los hombros, sin sentir un ápice de culpa. Sonreía, divertida, de hecho.
— ¡Argh! ¡Estupendo! — Faruq se dejó caer en la cama, apoyando primero el lado derecho del cuerpo para no hacerse más daño. Se llevó las manos a la cara, frotándoselas contra los ojos. — Nada mejor para el día del zueban zehir de mi hermano. Me van a mirar más a mi que a las serpientes.
— Hablando de eso, ¿no deberías ir a verle antes de la ceremonia? — apuntó Tahira, y enarcó una ceja.
— Iré más tarde. Ahora está con mi padre —. Y no quería molestar. También suponía que no le iban a dejar estar con él de primeras, seguramente tendría que verle a escondidas...
— ¿De verdad crees que tuvo que ver? Lo del humo azul, quiero decir —. Tahira le arrancó de sus pensamientos casi de sopetón. Faruq parpadeó, intentando retomar el hilo de la conversación.
— Sí, de eso estoy casi seguro. Cuando se me pasó el mareo, me quedé un buen rato notándome muy torpe. Sentía un cosquilleo por todo el cuerpo, y hasta que no empecé a sobreponerme a la sensación, no empecé a sentir dolor —. Al terminar de explicarse, Faruq se quedó mirando a la chica. Tenía los ojos muy abiertos y las cejas alzadas en una mueca incrédulo. — Sé que suena muy extraño, pero, ¿crees que es posible que alguno de nuestros remedios haga eso?
— Bueno... — Tahira de mordió el labio, dubitativa. — Las hierbas sagradas son capaces de hacer ver a los sabios la voluntad de la diosa. Algunos aseguran que pueden ver y hasta tocar un mundo diferente a este, o volar como si fueran pájaros. En comparación, lo tuyo suena bastante más razonable — se encogió de hombros una vez más, y ladeó la cabeza. Faruq sonrió, casi divertido, y se pasó la mano derecha tras la nuca.
— ¿No crees que sería estupendo poder aliviar el dolor y el sufrimiento de los heridos, si pudieras? — preguntó, perdiendo la mirada en el temprano sol del medio día, brillando a través del los resquicios en el techo de la tienda.
— Desde luego, así no tendrías excusa para estar quejándote todo el rato —. Tahira se echó también sobre la cama, tumbándose de lado junto a Faruq. Éste arrugó la expresión con un mohín. Ella le dio un toque en la nariz con el dedo índice. 
— Auch — repitió él, sin llegar a saber si lo hacía una vez más por fastidiar, o por orgullo.

Se quedaron los dos en silencio un rato, tumbados. La vida en la tribu no daba demasiadas oportunidades para momentos así de tranquilos. Generalmente el reposo del herido solía ser uno de ellos. Algo bueno tenía que tener sangrar, ¿no?
No obstante, Tahira y Faruq eran aún demasiado jóvenes para dejarse arrastrar por la tranquilidad durante demasiado tiempo. Pronto las caricias gentiles y cariñosas empezaron a tomar un cáriz mucho más intencional y sensual, por parte de los dos. Las miradas se encontraron, las miradas se cruzaron, precediendo a los besos y los roces placenteros.
Tahira terminó por colocarse sobre él, sentándose a horcajadas sobre él.

— ¿Recuerdas nuestra primera vez? —. Faruq esbozó una sonrisa embobada al contemplarla, pasando las manos sobre su cuerpo. — Estabas tan nerviosa, tiesa como un palo...
— Tiesa tenías tú otra cosa, que yo recuerde... —. Pasó entonces la mano por el bulto entre las piernas del joven, arráncole un suave gruñido de satisfacción.
— Qué buena memoria tienes... — Faruq desató con habilidad los cordones que ataban las escasas ropas que cubrían su cuerpo. — También me acuerdo de que te sonrojabas constantemente. Justo como ahora... —. Se irguió, deslizando sus húmedos besos sobre sus senos.
— Antes te deseaba y me dabas miedo al mismo tiempo — suspiró ella entre jadeos.
— ¿Y ahora? ¿Te doy miedo?
— Peor. Ahora he aprendido a amarte.

* * * 

Umar se volvió a chascar los nudillos por enésima vez. Las viejas ya habían terminado de pintarles los símbolos en el cuerpo. La noche se cerraba fuera de la tienda preparatoria, y los tambores ya hacían vibrar el suelo. El revuelo y la tensión impregnaban la armósfera, festiva y sagrada. El grupo de chicos se había quedado a solas, esperando el turno de salir y cumplir con su peligrosa y letal tradición.
Umar se volvió a chascar nudillos. Otra vez.

— Para ya, me estás poniendo de los nervios — le regañó Zaqib, dándole un manotazo. El joven era un año mayor que Umar, pero parecía creeerse lo menos diez. Arrugó el rostro, con cierto desagrado, al ver que su amigo de fatigas no dejaba de mostrar síntomas de nerviosismo. — Si sales así, las serpientes te morderán el primero... — resopló.
— Cállate — Umar le taladró con la mirada —. No estoy asustado, sólo... 
— No, qué va. Seguro que en cuanto nos sienten en el círculo te mearás encima — se rió Zaqib, y algunos de los chicos que les acompañaban lo hicieron también. Los que no estaban lo suficientemente asustados, al menos.
— Jeh. No antes de que tú te sientes en tu propia mierda — Umar se permitió el lujo de sonreír. Algunos murmuraron un "uuuh" grave.
— Meh, ¿qué sabrás tú? — Zaqib hizo un aspaviento.
— Mi padre me ha dicho que si sé esperar y escuchar, la diosa nos enseñará el camino...
— Tu padre ya chochea. Me han dicho que le han visto hablando con los cactus, como los viejos locos — el mayor se llevó el dedo indice a la sien y lo giró, bizcando los ojos y sacando la lengua con una pedorreta que arrancó otra carcajada general.
— Faruq hizo eso en su zueban zehir, y fue de los últimos en salir —. Umar frunció el ceño, sintiendo la cara caliente por la vergüenza de sus comentarios. ¿Por qué Zaqib siempre tenía que burlarse de todo?
— Puede. Pero esta vez yo le superaré. Seré el primero en salir del zueban zehir sin probar el veneno de las serpientes — declaró el mayor, quien habiendo atraído las miradas de sus compañeros, se llevó la mano a una bolsita de cuero que se había atado a la cuerda que usaba a modo de cinturón. — Con esto.

Zaqib sacó algo de la bolsita de su cinturón. Unas pequeñas pelotillas pringosas, de olor desagradable, de un color marrón-negruzco que recordaba a los excrementos de los animales. Todos lo miraron con curiosidad.

— ¿De dónde lo has sacado? — Umar imprimió cierta alarma en su voz, señal de que Zaqib no debería tener eso en su poder.
— De la bolsa de Kiba. Tu hermano y él se lo quitaron a los carsij en su último asalto — dijo, orgulloso.
— ¿¿Has robado del botín?? — Exclamaron todos, sorprendidos, respetuoso y hasta aterrados.
— Esto no cuenta como botín. Es un premio personal...
— No deberías robar, Zaqiq — Umar habló con la boca demasiado pequeña. — Tienes que devolverlo.
— ¡Buah! Ya salió el gallina. — El interpelado empezó a cacarear y a mover los codos flexionados cómicamente. — ¿No has oído lo que le pasó a tu hermano? Un sólo respiro de esto, y cayó cómo un tronco. Y luego fue capaz de montar en camello durante kilómetros sin sentir dolor — Zaqib volvió a señalar los trozos de droga con la mano. — Con esto, dará igual cuántas serpientes me muerdan, resistiré hasta el final.
— Eso no frenará el veneno. Si te muerden demasiadas, morirás. Boh barih. Se sabe —. Umar ni siquiera sabía por qué intentaba hacer entrar en razón a Zaqib. Nunca le había parecido alguien con demasiadas luces, siempre hacía las cosas para pavonearse, aunque significaran hacer estupideces o correr riesgos innecesarios. Mas aún sabiendo que era un estúpido, todo el mundo le adoraba y le respetaba.
— No me morderán. No como a ti, que te matarán en cuanto entres — le sacó la lengua, dándole un empujón.
— ¡No es verdad! ¿Y tú qué sabes? — Umar le devolvió el empujón, enfadado, cansado de que no hiciera más que tomarla con él.
— Sé que eres demasiado niño y un cobarde...
— ¡¡Te digo que no lo soy!! — Sintió que los ojos le ardían por la rabia, por la presión de sentir todas las miradas sobre él, incluso las que estaban más allá de las paredes de la tienda.
— Pues demuéstralo y trae una maldita vela...



* * *

Nadie se esperaba lo que ocurrió en la celebración. Sólo tres de los niños sobrevivieron al zueban zehir. Pero el espectáculo que habían presenciado había sido de los más trágicos que la tribu recordaría. Probablemente todo el mundo había intuido que había algo extraño en los niños, en sus movimientos erráticos, en sus miradas idas. En general, ninguno de ellos mostró miedo, ni siquiera se quejaron de dolor a medida que las serpientes les mordían, ni hacían amago de quitárselas de encima. El caso de Zaquib fue, quizá, el más exagerado. Pues inmerso en un ensueño psicotrópico se paseó entre las serpientes, recibiendo múltiples picaduras que acabaron con su vida en cuestión de segundos. 

Como él, muchos niños pasearon inconscientes entre el nido de serpientes y cayeron fulminados, o intentaron ser rescatados por los adultos en el último momento. Pero finalmente sólo Qarud, Firah y, para alivio de Faruq, Umar; lograron llegar con vida a la tienda donde esperaban las muchachas.
Una vez allí, los sabios de la tribu y las curanderas más versadas se implicaron a fondo para averiguar a qué se había debido aquel extraño comportamiento en los chicos. Entre ellas estaba Dumah, quien salió horas más tarde para hablar con Faruq y Tahira, aprovechando el momento justo en que Lahad no estaba con ellos, y se hallaba hablando con otras familias sobre lo sucedido. A los dos les pidió que la acompañaran a un lugar un poco más apartado para poder hablar sin problemas.

Faruq conocía lo suficiente a la mujer como para saber que no les habría llevado a un lugar apartado sin motivo. Y también como para adivinar la verdadera preocupación en sus ojos. Dumah no se hizo de rogar, y en cuanto lo consideró oportuno, empezó a hablar:

— Al parecer robaron parte de la misma droga que inhalaste accidentalmente. Eso explica su extraño comportamiento y las visiones, y el hecho de que no sintieran dolor ante las mordeduras de la serpiente.
— ¿Y cómo ha podido pasar algo así? — exigió saber Faruq.
— Eso mismo quisiera saber yo —. La mentora del guerrero no perdió la paciencia con tanta facilidad como él. Al contrario, mantenía el carácter sosegado y esa expresión severa que tanto la caracterizada. Se acercó un paso a Faruq, y su imponencia hizo que el hombre retrocediera unos centímetros —. ¿Estás completamente seguro de que no cogiste más de esa sustancia después del ataque, antes de que cayeras inconsciente, Faruq? Si la vida de tu hermano te importa, estaría bien que me lo dijeras...
— Por supuesto que no —. El hombre se cruzó de brazos, sin ocultar la ofensa que para él suponía semejante pregunta —. Ya te lo dije, sólo fumé lo que había en la pipa, y acto seguido me desplomé, ¿recuerdas?
— Está bien, te creo —. Su mentora alzó una mano, queriendo zanjar ahí el tema —. Esto es importante. No está bien que una sustancia así llegue a nuestro pueblo, y menos aún que ande en manos de nuestros jóvenes. Es demasiado peligrosa.
— ¿Insinúas que eso puede matar a un hombre?
— Una sola calda pudo tumbarte a ti, Faruq. No es tan difícil de creer —. Nadie argumentó nada en contra. Desde luego aquellas palabras desbordaban una lógica aplastante —. Hablaré con Kiba y Maboq. No puede ser casualidad que nosotros encontráramos la droga y justo ahora pase esto... —. Podía ser sólo una impresión, pero a Faruq le pareció que la culpabilidad acababa de hablar por ella.
— ¿Cuántos niños han muerto por culpa de esa cosa?
— Es difícil saberlo. No podemos distinguir qué veneno es más potente, el de la droga o el de la serpiente. O ambos actuando a la vez —. La mujer suspiró con cierta resignación —. Sólo podemos esperar que los antídotos funcionen en los supervivientes, y que sus espíritus sean fuerte para reponerse.
— ¿Quién se está ocupando de Umar?
— Duria, hija de Tahlid. Hará un buen trabajo—. Dumah hizo una pausa dubitativa, pero no tardó en añadir:— Hay algo que debéis saber sobre Umar. No le ha mordido ninguna serpiente.
— ¿Cómo dices? —. Fue Tahira quien pronunció la pregunta en voz alta, pero la expresión de Faruq no se quedó atrás.
— Se desmayó por culpa de la droga, pero tras examinar su cuerpo no encontré ninguna señal de picadura.
— ¿Eso... qué significa? ¿Es algún tipo de señal? — quiso saber Faruq con ansiedad.
— ... No estoy segura. No podemos saberlo —. Dumah volvió a quedarse en silencio de nuevo, antes de volver a hablar —. Es mejor que Umar no lo sepa, de momento. Yo hablaré con Duria para que no se lo cuente.
— ¿Cómo no va a enterarse de algo así? Será evidente cuando busque la mordedura en su cuerpo y no vea ni rastro de ella... —. Tahira miró alternativamente a Faruq y a Dumah, con la duda pintada en el rostro.
— Ya he pensado en eso, Tahira. Le provocaré una yo misma, usando un punzón y un poco de hiedra venenosa. Parecerá que ha sido de una serpiente, y le dejará cicatriz.

Faruq hizo el amago de protestar, pero se lo pensó mejor y guardó silencio. No tenía tan claro que fuera buena idea engañar a su hermano. El concepto de la mentira era algo grave entre las gentes de las tribus. Y más aún entre familiares. Pero ya había recibido una buena reprimenda por parte de su mentora días atrás por tomar una mala decisión muy similar. Prefirió confiar en el juicio de Dumah y guardarse sus pensamientos.

* * *

Umar recuperó la consciencia al día siguiente del incidente, y no tardaron en descubrir que no recordaba gran cosa de lo sucedido. Confesó que Zaqib había sido quien le había presentado la droga, y que al final todos los chicos optaron por probarla. Pero después de eso, era incapaz de recordar nada. Dumah jugó bien su papel al convencerle de que una serpiente le picó en un pie, donde ella misma le había simulado la herida. Duria prácticamente no habló del tema, seguramente demasiado amedrentada por la propia Dumah.

Aquello fue un alivio para Lahad, quien se había pasado las últimas horas rezando a la Diosa, sin dormir y sin apenas comer. Pero no lo supuso para Faruq. No había dejado de darle vueltas a lo sucedido, así como al hecho de que Umar no hubiera sido mordido. Nunca se hubiera imaginado algo así. ¿Qué significaba que uno no lo mordiera una serpiente en el zueban zehir? ¿Lo convertía en una especie de elegido o en un repudiado? A decir verdad nunca había oído nada de ninguna persona que hubiera pasado un zueban zehir sin ser mordido, o había tomado por meras habladurías cualquier relato mínimamente parecido.
Pasó varios días dándole vueltas al tema internamente, aunque de cara a su padre y su hermano fingiera que no pasaba nada y tratara de centrarse en otras cosas. Sólo Tahira pareció percatarse de su estado mental, viéndole desvelarse por las noches, pero sin atreverse a preguntar.

Una de esas tardes, Faruq encontró a Kiba murmurando en solitario cerca del manantial. Se acercó a él por detrás, pero sin disimular, de manera que su compañero acabó por darse la vuelta al percatarse de su presencia. 
Faruq reconoció que había perdido peso y que la pena le consumía. Estaba mal afeitado y ojeroso, y su mirada reflejaba el sufrimiento que para él había supuesto la muerte de su hermano menor. Estaba lleno de polvo y tierra. Seguramente se había pasado unas cuantas horas en el desierto, llorando sus penas.

— Lamento la muerte de Zaqib, amigo mío. Lebn ab´elmut.
— No, Faruq. Fue culpa mía... —. Faruq no llegó si quiera a preguntarse a qué se refería. Kiba se vino abajo ante sus ojos, deshaciéndose en un llanto desesperado —. Fui yo quien cogió la droga después de lo que te pasó a ti, sin que os dierais cuenta. Yo tengo la culpa de lo que ha pasado. Yo... Por mi culpa Zaqib...
— Eh, Kiba. Vamos, no debes cargarte con esa losa —. Faruq hizo el amago de posar la mano sobre el hombro de su amigo, pero éste respondió con un manotazo y un desquite.
— ¡No me compadezcas! No merezco tu lástima ni la de nadie —. Kiba se puso en pie, y cogió el odre de agua que había estado llenando. En ese momento Faruq reparó en la bolsa de viaje llena de provisiones que descansaba junto al pozo.
— ¿Te marchas? —. La pregunta era retórica, pero aún así, Kiba le contestó:
— Sí. No puedo quedarme aquí después de lo que ha pasado —. Su amigo negó con la cabeza. Aún parecía estar convenciéndose a sí mismo.
— Salir huyendo no hará que el fantasma de tu hermano deje de perseguirte, Kiba.
— Me pides que me quede porque Umar está vivo. Pero piénsalo, ¿cuántos querrán mi cabeza cuando se enteren de que por mi culpa sus hijos murieron?
— No hay forma de saber eso.
— No, ¡pero ellos me culparán igualmente! ¿No lo entiendes? —. En la voz de Kiba reverberaba una desesperación nunca habría creído posible en él —. Debo marcharme. Es todo cuanto puedo hacer.

Faruq comprendió que no lograría hacerle cambiar de parecer. Sospechó que Dumah había tenido algo que ver también en esa decisión. Pero no podía reprochársela. Sabía que la vergüenza caería sobre él en cuanto se supiera que gran parte de la responsabilidad de lo ocurrido le correspondía.

— ¿Y a dónde irás? ¿Dejarás que el desierto te lleve? — murmuró Faruq, dándose por vencido.
— Si es su voluntad... — Kiba se encogió de hombros, y acto seguido se cargó los bultos a la espalda —. Iré al sur. Si tengo suerte, puede que logre trabajar para alguna guarnición carsij, o que pueda servir de guía a alguna caravana. O tal vez los najset me encuentren y me descuarticen antes...
— No es tan fácil atraparte — sonrió Faruq, pero no logró tapar la triste desilusión de sus ojos verdes. — Te echaré de menos —. Ambos amigos se dieron un fuerte abrazo, sabiendo que, probablemente, no volverían a verse nunca más. — Shaiekum, amigo mío. Espero que allá donde vayas el dolor no te encuentre.
Shaiekum, Faruq. Cuida de los tuyos mejor de lo que lo hice yo.

Kiba se fue cuando el sol se puso, y nadie en la aldea preguntó por ello en voz alta. Ni siquiera Tahira le dijo nada a Faruq. Pero aquella noche, le instó a dormir abrazado a ella, como si entendiera sin necesidad de explicaciones la desazón que sufría él internamente.

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