Aún Respiro 3: Recuerda que aún estoy vivo


El local estaba lleno de gente. Los trajes y vestidos elegantes se mezclaban con los modelos fetish de los esclavos de los invitados, o con las correas ya arreos de cuero que vestían los criados y sirvientes del bar. Los sofás y las mesas estaban atiborrados de pequeños grupos de gente que charlaban, siempre con algún sumiso obedientemente callado a sus pies, agachando la cabeza y mostrando las muñecas sobre un cojín, o posando en algún altar. Los esclavos mostraban con su belleza y su comportamiento más estatus del que pudieran aparentar sus amos con sus joyas caras o sus indumentarias de alta costura.
Las copas bailaban de mano en mano, el alcohol, la sangre y otras bebidas de toda índole saciaban los exquisitos gustos de todo un despliegue de razas sobrenaturales, cada una más oscura que la anterior. En resumen, podía decirse que todo iba a juego con las paredes de terciopelo rojo y las cortinas de seda negra, hasta las conversaciones.

No obstante, tras la llegada de Valis, la fiesta se había volcado en apenas un par de minutos alrededor del gran piano de cola de madera caoba que sonaba con increíble dulzura en el silencio.
Silencio.
Quietud.
Expectación.
Rara vez un solo esclavo tenía la oportunidad de ser el centro y causa de esas tres palabras. Con sus hermosas alas, una blanca y otra negra, plegadas a su espalda desnuda, tapando parcialmente el tatuaje, Valis cerraba los ojos y mecía la cabeza suavemente al son de su concierto. Dos brazales de cuero adornados con cadenillas de plata ocultaban las recientes heridas de sus muñecas. Un collar de cuero con argolla se cerraba en torno a su cuello, a juego con dos grilletes de cuero ajustados a sus tobillos. Eso y un slip ajustado, negro y con cremalleras, eran las únicas “prendas” que él llevaba puestas. Era el Esclavo del Señor de aquel lugar, de ese elíseo de placer y dolor, donde las reglas eran difusas y, al mismo tiempo, todos las tenían claras.
Y su Amo, de pie entre la multitud, sonreía con cierta satisfacción mientras sostenía en su mano una copa de vino tinto, disfrutando del concierto como todos los demás.

Valis se consideraba a sí mismo alguien sin ningún talento en especial. De hecho, consideraba que, aparte de disparar, la música era la única cosa que se le daba bien. Y aún así, no se creía nada del otro mundo. Pero, haciendo honor a la verdad, el Esclavo tenía un don inigualable cuando se colocaba ante la fila negro y marfil de las teclas del piano. Si era algo que simplemente se debía a su habilidad o a algún tipo de poder extrasensorial, era difícil saberlo. Pero la gente que lo escuchaba a menudo se emocionaba hasta el punto de no contener las lágrimas. Su música era más certera que cualquiera de sus balas al corazón. No se trataba sólo de lo que lo que tocaba, sino también de las notas que no tocaba. Hasta el demonio más desalmado se permitía el lujo de escucharle aunque fuera unos segundos.
Pero más allá de la fuerza de su interpretación, para Valis aquello era una verdadera ruta de escape. Podía sentirse él, libre durante esos minutos, en paz. Expresar libremente lo que de forma continua mantenía oculto en su corazón.

Cuando su música finalizó, la sala estalló en aplausos. Valis abrió sus ojos de ónice, los cuales había mantenido cerrados durante toda la interpretación, e inclinó la cabeza con respeto hacia su público.
Valisën avanzó con pasos ágiles y sinuosos, aplaudiendo contra el antebrazo de la copa que sostenía la copa de vino. Al llegar a su altura, le acarició el rostro, y le dedicó una breve y profunda mirada. Valis simplemente sonrió, levemente azorado. Entonces su hermano le dio un trago al vino, y acto seguido besó al Esclavo, derramando entre sus bocas el contenido de su copa. Un par de gotas rojizas resbalaron por las comisuras de los labios de Valis, quien ahogó un gemido mientras tragaba.
Aquel acto posesivo y al mismo tiempo pasional, hizo que la sala volviera a estallar en aplausos, levantando también algunos comentarios. Pero a Valis lo que dijeran los demás le daba igual. Su Amo le estaba premiando por su gran trabajo, y él aceptaba aquel gesto encantado.

Valisën se separó de él con el rostro impoluto, sin perder ni un ápice su acostumbrada elegancia. Valis, no obstante, se limpió con la mano el vino que le manchaba la barbilla, y mantuvo el rostro enrojecido con la vista centrada en el suelo.
Tras eso, recibió la orden de retirarse y de disfrutar de la fiesta hasta que volviera a llamarle. No se hizo de rogar, simplemente asintió y se retiró hacia una barra.

En cuanto se alejó, su hermano se vio rodeado de hombres y mujeres que desprendían en su aura el mismo nivel de elegancia que de peligrosidad. Le cercaban como una especie de valla infranqueable que lo hacía parecer aún más inalcanzable de lo que ya era de por sí. El Esclavo suspiró, chascándose los huesos del cuello y se aproximó a una de las barras, donde una camarera con el pelo teñido de rojo y rosa, que vestía una especie de biquini de cadenitas que insinuaba mucho más de lo poco que ocultaba, se le acercó. Su nombre era Diana, y tenía los ojos casi tan negros como el propio Valis. Sin embargo, dependiendo de la incidencia de la luz, los ojos reflejaban una especie de destello plateado o blanquecino. Eso era algo que al joven Esclavo siempre le había llamado la atención.

- ¿Lo de siempre, Valis? – sugirió ella, con una sonrisa irresistible.
- Sí, gracias Diana. – asintió el esclavo.

La chica asintió, y meneó sus sugerentes curvas hacia la parte trasera del bar, cogiendo la botella de vodka negro y sacando un vaso con hielo para Valis.

- Me ha gustado tu interpretación de hoy. – le dijo al chico, vaciando el contenido de la botella en el vaso.
- ¿Acaso no te gusta siempre? – preguntó él, enarcando una de sus albinas cejas.
- Algunas veces la música que tocas hace que me deprima durante una semana… - alega ella encogiéndose de hombros. – Pero la de hoy ha estado bien.
- Ah… pues no es mi intención deprimir a nadie. – el peliblanco pareció querer refutar su defensa dándole un trago al vaso. – En realidad, siendo sincero, no pienso en nadie más que en mí mismo cuando toco. No lo hago para contentar a nadie. Ni siquiera… a Valisën.
- ¿Ni siquiera? – la chica parpadeó, sorprendida.
- No… - Valis dibujó una sonrisa anhelante, y se giró, quedando medio de espaldas a la barra, con un codo apoyado en ella.

Centró su negra mirada en Valisën, con su elegante atuendo rojo, hablando con los invitados, intercambiado palabras suaves, sonrisas inexpresivas y gestos sutiles. Diana hizo lo mismo, y apoyó el codo en la barra, y la barbilla en la mano. Enarcó una de sus finas cejas, y suspiró con gesto aburrido.

- ¿No te molesta que te deje de lado mientras él disfruta de la élite sobrenatural? – le preguntó, mirándole de reojo.
- No. – sonrió Valis con cierto deje divertido. – En realidad, sabe que no me gusta y que lo encuentro aburrido. Por eso prefiere no tenerme rondando por ahí. – ladeó la cabeza, girándola para mirar a la chica. – Además… no soy el típico esclavo bandera. Si uno de mis arranques perjudicara su posición, no me lo perdonaría…
- Y yo que pensaba que sólo te peleabas con los otros esclavos precisamente para ponerle en entredicho y así ganarte un castigo deliberadamente a propósito… - comentó la otra poniendo los ojos en blanco.
- ¿Ah? – Valis frunció el ceño mirándola. – ¡No lo hago por eso!
- No, apenas…
- ¡No! – el Esclavo le dio un golpe a la mesa. – No son más que muñecos bonitos sin voluntad ninguna. Y la toman conmigo porque saben que no soy como ellos. Me tratan como un bicho raro, y me provocan aún a sabiendas de que puedo partirles la boca de un puñetazo. ¡Tsk! ¡Pues bien! Entonces tienen sólo lo que se merecen… - masculló, dándole otro exagerado trago al vodka negro. – No soporto a esos pedazos de mierda…
- Valis. – le interrumpió ella. – Aquí, a ojos de todos, tú también eres un pedazo de mierda, ¿lo sabías?
- … - él se quedó en silencio, frunciendo el ceño y apretando levemente los nudillos.
- Perdona… - se excusó ella, apoyando su mano sobre la de él. – No estoy juzgando Val, en serio. Es que no termino de entender este tipo de relaciones. Te gusta sentirte humillado, y sientes placer con el dolor. Pero sin embargo, te resistes a lo que deliberadamente buscas. – negó con la cabeza, dejando claro que para ella todo aquello resultaba un sinsentido.
- No espero que tú, ni nadie más lo entienda. – alegó él, alzando de nuevo la mirada para encontrarse con los cambiantes ojos de ella. – Se que es complicado. Pero… sencillamente, es lo que me hace seguir adelante. No es el dolor, ni el sufrimiento, o la humillación. Es… la sensación de tener que resistirme a algo. De poder luchar aunque todo esté perdido… - sonrió. Se rió, haciendo que sus hombros se movieran espasmódicamente. – No importa… ni siquiera yo lo entiendo muy bien. Pero parece que Valisën sí. Y eso me basta.
- Bueno, si para ti está bien, entonces supongo que no hay nada más que decir. – alegó ella, encogiéndose de hombros y sonriendo.

Valis asintió a sus palabras, y alzó la copa, como en honor a ellas, dándole el último trago. Alguien decidió que era buen momento para poner la música sinuosa de A Perfect Circle de fondo, para volver a caldear un poco el ambiente. Diana fue a girarse, para seguir con su trabajo, pero en ese momento una voz que provocó que a Valis se le pusieran las plumas de punta, habló, atrayendo la atención de ambos.

- Yo no me conformaría con tan poco… - el que hablaba lleva un elegante atuendo, un traje estilo Armani, que tenía de pinta de ser, como mínimo, así de caro; color plateado. Tenía el pelo castaño, recogido en una trenza larga, y sus ojos azul hielo reflejaban tan bien como sus colmillos la sed típica del vampiro. - La mayoría de los esclavos prefieren quedarse en el fango, limpiando una y otra vez las botas de sus amos. Pero tú… tú aspiras a mucho más bajo esa máscara de endeble rebeldía.

El inmortal alzó la mano y cogió a Valis de la barbilla, clavando levemente sus dedos largos, fríos y pétreos. El joven alado se sintió examinado como si fuera un pedazo de carne cuya calidad debiera ser evaluada antes de hincarle el diente. Le dirigió una mirada de descontento, antes de zafarse del agarre con un meneo de la cabeza.

- ¿De qué coño estás hablando? – espetó de malas maneras.
- ¿Vas hablando de tú a aquellos que son superiores a ti? – en menos de lo que duró un parpadeo, el vampiro se colocó a la espalda del ángel y le clavó las afiladas garras en las alas. Valis profirió un quejido de dolor y se apoyó en la barra, sintiendo una de las peores agonías que podían recorrerle. El vampiro chasqueó la lengua. – Alguien debería enseñarte buenos modales, esclavo.
- ¡Milord, este esclavo es…! – intentó decirle Diana, pero el vampiro simplemente la miró un segundo, y ella se quedó sin palabras, prendada de él.
- Cierra la boca, sirvienta, y dedícate a lo tuyo. – ella asintió como embelesada, y se dio la vuelta, alejándose de la pareja.
- ¡Agh! ¡Suéltame! – Valis intentó zafarse, pero el vampiro presionó más intensamente las heridas de sus alas.
- ¿Por qué debería? Eres un esclavo, puedo disponer de ti donde y cuando quiera. – pasó la nariz por el cuello del joven. – Me pregunto a qué sabrá la sangre de un semiángel… Dicen que su dulzor es tal, que los vampiros tienen problemas para parar. Que es casi improbable que uno se detenga antes de que la presa pierde el pulso… - su voz era como un cubito de hielo deslizándose por la espalda. Daba miedo, hacía que uno tuviera problemas para pensar claramente.
- Tengo… yo ya tengo… un Amo… - jadeó Valis, haciendo un esfuerzo para superar el dolor que hacía temblar sus emplumadas extremidades.
- ¿Amo? – inquirió el otro, casi con burla. – No llevas collar ni marca, ni tampoco tienes heridas recientes de ningún vástago… - alegó el otro, examinando su cuello de cerca, echando sobre Valis su gélido aliento. – Además, ¿qué clase de amo entrena tan soberanamente mal a un esclavo?

Se escuchó un silbido metálico. Cuando el vampiro reaccionó, envarándose y buscando con sus rápidos ojos el origen del sonido, se encontró con el helador filo de la espalda de Valisën rozándole el gaznate.

- Alguien como yo. – alegó el otro semiángel, con sus ojos negro-rojizos contrayendo las pupilas en una señal de peligrosidad extrema. No obstante, su voz sonaba tan impersonal como siempre, lo que le daba un halo aún más aterrador. - ¿Tendríais la bondad de soltar a mi hermano, Lord Ivanov? No quisiera tener que “convenceros” de que abandonéis el Elíseo.
Si el vampiro se sintió indignado o molesto con la actuación de su anfitrión, no lo demostró en absoluto. Incluso se permitió esbozar una sonrisilla sarcástica, y soltó las alas de Valis, el cual trastabilló y logró recuperar a tiempo el equilibrio, quedándose al lado de su Amo. Se llevó una mano al ala blanca herida, cuyas plumas se habían manchado tenuemente de rojo oscuro.

- ¿Derramaríais sangre en vuestra propia casa, Lord Valisën? Pensé que vuestro respeto por las normas del Elíseo era mayor… - se mofó el vampiro, enarcando una ceja.
- Vos mejor que nadie deberíais saber que existen formas de “echar” a alguien sin derramar ni una sola gota. – contestó Valisën, con una sonrisita divertida. – Valis es mi Esclavo, no tenéis derecho a tocarlo. Eso también lo estipulan las normas, ¿o acaso lo habéis olvidado Milord?

El vampiro contuvo la respiración, o esa sensación dio. La ceja izquierda le dio un leve tic. Pero aparte de eso, no pareció reaccionar ante la pregunta de su anfitrión, el cual retiró lentamente la espalda de su cuello, y la envainó a su espalda, con otro sonido de metal deslizándose.

- No, no lo he olvidado, Lord Valisën. – hizo un gesto con la mano, tan rápido que los dos semiángeles apenas pudieron seguir con los ojos. – Ha sido un desafortunado malentendido, eso es todo. No deberíais poneros tan tenso por algo tan nimio… - relamió sus dedos manchados con la sangre de Valis descaradamente, mirando a Valisën de reojo. Éste simplemente estrechó los ojos y apretó un poco los labios, pero no dijo nada. – Delicioso… es una pena que vuestro hermano sólo sea el plato principal del espectáculo, y no del menú.
- Como dicen los mortales, reservo para uso personal el mejor vino de mi casa. – declaró el Amo. – Pero puedo ofreceros una exquisitez más acorde a vuestro estatus, si lo preferís.
- Oh, me gustaría mucho verlo, Lord Valisën. – asintió el vampiro, y se retiró sin dedicarle ni una sola mirada más al Esclavo. Sólo le dijo a su hermano, en voz considerablemente más baja: - Pero deberíais “etiquetar“ bien vuestro vino. Sería una desgracia que acabara consumido por gente… inadecuada… - se rió por lo bajo, y siguió su camino.

Cuando el vampiro se alejó lo suficiente, Valis por fin pudo volver a hablar, y mirando a su hermano con evidente confusión, preguntó:

- ¿Lord Ivanov? ¿Ése era…?
- El Lord Primógeno Toreador del la manada Sabbat que controla esta ciudad, y la mano derecha del Arzobispo de esta zona. – alegó Valisën con sequedad, sin siquiera mirar a su hermano.
- Entonces… - Valis comprendió de pronto que, una vez más, había dejado en evidencia a su hermano. Que había obstaculizado sus planes con su forma de actuar. – Yo… Valisën, lo… lo siento, de haberlo sabido yo…
- ¿”De haberlo sabido”… tú qué? – la mirada de desagrado que le lanzó su hermano casi fue peor que una de sus estocadas. - ¿Te habrías dejado devorar por él?
- ¡No! ¡Yo sólo…!
- ¡Basta! – Valisën le cruzó la cara a su hermano con tanta fuerza que la palmada atrajo la atención de los invitados más cercanos. Incluso Diana pareció haber salido de aquel embelesamiento y se acercó desde el otro lado de la barra, observando la situación con pesadumbre. – Ya tendremos una conversación después sobre esto. Ahora vete arriba.
- … - Valis se llevó la mano al rostro dolorido, y apretó las mandíbulas, mirando a su Amo completamente indignado.
- Te he dado una orden, no me obligues a sacar el látigo, Valis. – le amenazó Valisën, endureciendo aún más su expresión. – Vete, ya me has avergonzado suficiente esta noche.

Las palabras fueron más duras que cualquier golpe o castigo. Valis apartó la mirada, sin dejar de apretar las mandíbulas, y se retiró a paso ligero sin decir nada más.
A pesar del enfado infantil de su hermano, a Valisën no se le escapó el detalle de que, desde el otro lado de la sala, Ivanov sonreía autocomplaciente, mirando a Valis marcharse rampa arriba… y cruzando una larga mirada a través de la gente y la atmósfera con él, al tiempo que susurraba unas afiladas palabras en su mente:
“Acepto vuestro reto, Lord Valisën”.

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