Vrana VI: En nombre de un dios



—Podríamos atravesar el macizo de Casfania...—comentaba Vrana, meditabunda, con la mirada incrustada en el maltratado mapa.
—Esa ruta es imposible para nosotros. No hay caminos y es todo roca. No poseemos ni el equipo ni el conocimiento necesario de la zona para atravesarla—. Íofur negó con la cabeza. Parecía bastante convencido de lo que decía, así que Vrana no le llevó la contraria.
—Entonces, ¿qué sugieres? ¿Que bordeemos las montañas por el norte?—. Íofur asintió una sola vez. Vrana torció el gesto, poco convencida—. Es demasiada vuelta, tardaremos mucho tiempo...
—Después de lo que pasó, los caminos principales estarán atestados de guardias. No tenemos otra alternativa.
—Empiezo a estar harta de tomar decisiones sólo por falta de alternativas—gruñó ella. Luego se quedó mirando al pelirrojo, quien se encogió de hombros como si eso no le importara demasiado.
—Nos irá bien—le aseguró. Vrana hubiera querido envidiar su optimista perspectiva, pero algo le decía que aquella confianza se basaba especialmente en ella. Eso le hacía sentir terriblemente incómoda.

La travesía por el norte del conjunto montañoso fue de todo menos cómodo. Para evitar ser vistos, ascendieron levemente la loma de la montaña. Con lo que el terreno se volvió una serie de caminos serpenteantes y estrechos, llenos de zarzas y rocas. Los bosques adquirieron una incansable cuesta que les agotaba y les complicaba la marcha. 

En la distancia, se percataron de que un grupo de soldados a caballo les seguía el rastro por el camino inferior. Lograron despistarlos la primera vez que pasaron relativamente cerca, gracias a que los animales no podían andar cómodamente por los estrechos y empinados caminos que ellos recorrían. Pero al día siguiente no tardaron en verlos pasar en sentido contrario, recorriendo la zona arriba y abajo, esperando encontrarlos tarde o temprano. Aquello les obligó a ascender un poco más en su andadura, por lo que cada vez les era más difícil encontrar animales que cazar o plantas que ofrecieran frutos comestibles.

—¿Por qué me dijiste que yo era "la elegida"?—le preguntó un día Vrana a Íofur. Intentaba sacar conversación para ignorar el hambre y el cansancio mientras andaban entre las piedras.
—Porque es lo que eres. La elegida de la Diosa.
—Sí, ya, la Diosa...—bufó ella, cansada de escuchar siempre las mismas respuestas. Empezó a preguntarse si Íofur disfrutaba de algún modo especial con su frustración—. ¿Y qué diosa es esa?
—Nadruneb. Siempre hablabas de ella—. Íofur se giró un momento para darle la mano y ayudarla a saltar un pequeño risco—. Nadruneb te eligió para liderar a los Clanes del Norte y acabar con el mal en el mundo.
—Eso suena muy... grandioso—. La mujer le miraba con cara de pánico al escuchar esas palabras. ¿"Acabar con el mal en el mundo"? ¡Si ni siquiera recordaba su nombre hacía unos días!—Y... ¿todos os creíais eso? Que yo era la enviada de Nadruneb y que os liberaría... o lo que quiera que dijera.
—Claro.
—Ya veo... ¿Y por qué?
—Porque tú eres quien nos ilumina. Nos "inspiras", si quieres llamarlo así.
—¿Por eso decidiste seguirme? ¿Porque "te inspiro"?—. Vrana le dedicó a Íofur una mirada profunda a Íofur. Éste la apartó sutilmente, fingiendo poner atención en el camino.
—En parte, sí.
—Entiendo...—. La mujer siguió andando detrás de él. Hubo un momento de silencio extraño entre los dos, hasta que ella volvió a preguntar:—Y... ¿cómo terminamos en el hospicio? ¿Qué pasó?
—...—. Aunque Vrana sólo podía verle la espalda, pudo adivinar la expresión iracunda en su rostro cuando habló:—Alguien nos traicionó—. Vrana parpadeó, perpleja. No se esperaba oír aquello.
—¿Uno de los nuestros?
—No me cabe duda—. La voz de Íofur cortaba casi tanto como su daga.
—Pero... No lo entiendo. ¿Por qué?—. Vrana apretó el paso hasta adelantar a Íofur y mirarle a la cara. Tal y como esperaba, volvía a mostrar ese gesto contrariado de ceño fruncido y labios apretados—. No dejas de repetirme que en Arsgulf todo el mundo me adora. Si es así, si se supone que voy a eliminar el mal o lo que sea... ¿por qué alguien querría traicionarme? ¿Quién fue?

Vrana se dio cuenta de que había imprimido demasiada ansiedad en sus palabras. De repente estaba inquieta. No asustada, tan sólo nerviosa. Incluso había agarrado por los hombros al pelirrojo, quien le dedicó una mirada extraña con sus ojos arrebatadoramente verdes.

—Supongo que por dinero. ¿Quién? Ojalá lo supiera—. Al sentir cómo el hombre dejaba caer los hombros, Vrana le soltó. Parecía verdaderamente afligido.—Quien lo hiciera, te entregó a la Corrección. Ellos fueron los que te llevaron al hospicio.
—... Es por eso que no dejan de perseguirnos, ¿no?—. Vrana acababa de hilar un cabo poderoso e importante en su cabeza—. ¿Tan importante soy para ellos?
—Eres importante para todo el mundo, Vrana. Para algunos es algo bueno. Pero para otros no—. Íofur parecía estar pasando un mal rato, intentando explicar todo aquello—. Tienes que entenderlo. La Corrección no cree en los mismos dioses que nosotros. Ellos tienen su propio dios. Y en nombre de un dios, cualquier hombre o mujer puede encontrar la excusa para volverse un monstruo.
—Qué palabras tan duras...
—Eso mismo te dije yo a ti—. Íofur sonrió tímidamente, antes de volver a ponerse en marcha.

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